12-28-06, 10:13 am
Se está especulando mucho sobre la posibilidad de que se produzcan cambios significativos en la política exterior de Estados Unidos, en razón de los estruendosos fracasos que ha cosechado últimamente esta pandilla fascista del clan Bush. Las elecciones legislativas del mes pasado ya proporcionaron un claro indicio en tal sentido. Para nosotros los venezolanos tiene una importancia particular dicha posibilidad, dado el creciente empeoramiento que han mostrado en los últimos años nuestras relaciones oficiales con Washington, y no sólo con el gobierno republicano del Baby Bush, sino igualmente con el de su antecesor demócrata William Clinton. Hay necesidad ahora de recordar esto último, pues se oyen opiniones de que con un presidente demócrata nos irá mejor.... dentro de un par de años. Lo cierto, a mi juicio, es que nuestras relaciones con Washington tomaron un giro equivocado hace todo un siglo, concretamente desde que el 24 de agosto de 1901 el entonces dictador Cipriano Castro le recibió credenciales y se echó en los brazos de Herbert W. Bowen, un ministro yanqui que se convirtió en árbitro de los destinos de Venezuela a partir de ese momento, utilizando como arma definitoria la llamada Doctrina Monroe. Quien lo dude, que se lea El hombre de la levita gris, obra magistral de Enrique Bernardo Núñez. Los gobernantes de Estados Unidos se acostumbraron a vernos como un país colonial, sometido enteramente a la voluntad de los monopolios petroleros yanquis. Con dictaduras o con una farsa de democracia, lo que ellos han tenido aquí han sido guachimanes. Por ello les resulta tan difícil aceptar esta nueva realidad de hoy, con el pueblo nuestro decidido a recuperar su plena soberanía, por las buenas o por las malas, y orientado cada día con mayor claridad por el pensamiento bolivariano en conjunción con elementos del pensamiento marxista. Lo deseable y sensato, lo realmente conveniente para ambas partes, en mi opinión, sería que los dos gobiernos se decidan a entablar lo antes posible una serie de negociaciones, en un plano estrictamente privado, sin alharacas de mutuas recriminaciones, para lograr por vía diplomática precisar los puntos de desacuerdo y buscarles posibles soluciones. Esto implicaría de partida que Washington reconoce nuestra condición de país soberano, y a la vez que renuncia a continuar fomentando en su prensa campañas de descrédito contra Venezuela. Pero hay algo todavía más urgente, y es que las agencias yanquis como la CIA dejen de estar financiando aquí una quinta columna que pretende, al saberse incapacitada para tumbar nuestro actual gobierno, mantener a Venezuela en situación de zozobra e impedir lo más posible el desarrollo de nuestra economía. Pueden algunos pensar que esto es mucho pedir a una potencia que hoy mismo tiene invadidos con sus tropas a países tan lejanos como Iraq y Afganistán, e incluso que controla militarmente a un hermano país al lado nuestro, Colombia, sin provocar el menor gesto de protesta de nadie, y mucho menos de la celestina OEA. Sin embargo, la realidad que poco a poco se ha venido imponiendo le demuestra a los pueblos que el poderío yanqui es más aparente que otra cosa. Si observamos bien, lo que se hace evidente es que en Washington los estrategas del Departamento de Estado y del Pentágono no saben qué hacer en estos momentos. Están aturdidos por los golpes recibidos, a punto de tirar la toalla en el Medio Oriente, tal un boxeador “groggy”. Lo cual, no lo olvidemos, lo puede llevar después a tratar de hacer pagarle los platos rotos a un tercero, considerado como débil e indefenso. Obviamente, los venezolanos debemos proponer el diálogo como cuestión lógica y al mismo tiempo mantenernos alertas, mientras en Washington el Baby Bush decide lo que quiere hacer.From Tribuna Popular